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El 1º de mayo pasado, celebramos los ochenta años de la llegada del carisma guanelliano en el Paraguay. De hecho, los primeros cohermanos, se establecían en la Parroquia San Roque a la espera de poder comenzar con una parroquia. La misma sería la parroquia San Miguel.
La historia de estos ochenta años está labrada de acciones heroicas, de cohermanos y cohermanas que llevaron el carisma guanelliano transmitiéndolo con tanto cariño a los lugareños y a su vez recibiendo no solo el aprecio, sino también valores típicos de los hijos de la tierra guaraní.
Las obras crecieron, las vocaciones se multiplicaron, surgieron los cooperadores, laicos y los jóvenes guanellianos. Pero no sólo esto, sino que también floreció la santidad.
Nos detenemos en este punto justamente para celebrar los dos años de la vuelta a la casa del Padre de una joven perteneciente al Movimiento juvenil guanelliano, llamada Angelina Castellanos Cardozo, conocida como Angie, la cual como dice un testigo, era “una joven que anhelaba la santidad”.
Entre sus infinitas cualidades, en primer lugar, llama la atención el gran amor a Cristo que tuvo, un amor sincero y enorme que se evidenció en su amor al prójimo.
Angie tenía siempre muchísimas ocupaciones: Estudio, trabajo, reuniones, viajes, pa-santía, compromisos en la Parroquia, etc.; sin embargo, se dejaba de lado a sí misma para ayudar a alguien que necesitaba. Siempre con ternura, incluso cuando reprendía. Realmente lo hizo “Todo por amor y con alegría”, como ella misma decía. Otra característica suya tan admirable fue su profunda confianza en la Divina Providencia, al igual que su amado santo: San Luis Guanella. En los momentos más difíciles, nunca bajó los brazos, siempre confió plenamente en el Padre tierno y providente. De esa gran confianza provinieron esas frases tan suyas que siempre recordamos con amor: “Nada es coincidencia, todo es Providencia”. Su grandísima ternura provenía de un corazón enorme, puro e inocente. Ella vivió siempre alegre porque en TODO vio a Dios.
Tenemos mucho que agradecer a Dios por estos ochenta años de la llegada del carisma guanelliano e Paraguay y por el florecer de la “santidad guanelliana” en la familia guanelliana de esa tierra y que Angie vivió profundamente.