9 ottobre 2021/ 50° morte Fratel Giovanni Vaccari – Omelia a Palencia


“Y vosotros, buenos siervos de la caridad, que durante años y todos los días habéis ayudado con fe a los pobres, poseeréis el Reino que el Señor en su bondad os ha preparado desde la creación del mundo” (DLG, R. 1910).
Queridos Hermanos, hermanas y amigos, esta tarde vivimos exactamente esta profecía-deseo del P. Luis Guanella. Estamos aquí juntos en esta iglesia de Santa Marina, para agradecer al Señor porque todo lo previsto por San Luis Guanella se ha realizado perfecta y concretamente en la vida del Hermano Juan Vaccari.
Hoy es el quincuagésimo aniversario de su trágica y dolorosa muerte, pero ciertamente esta no es la razón que nos une esta tarde, estamos aquí en cambio para dar fe como iglesia y como congregación guanelliana de que este Hermano nuestro ha vivido una vida significativa y heroica. Nos dejó un ejemplo iluminado como herencia espiritual, que nos anima a no contentarnos con las metas que ya hemos alcanzado en nuestra vida personal ya sea en relación con Dios como en el servicio a los demás, sino que debemos hacer más y mejor a partir de ahora. El Hermano Juan no es el hombre y el religioso que se conformaba con la mediocridad, que realizó su vida haciendo apenas lo que podía hacer y nada más. ¡No! El Hermano Juan es el hombre que más que nada se atrevió a hacer lo mejor para sí mismo y trató de compartir el mismo principio con los demás. ¡A Dios le debemos todo y lo mejor posible!
Seguramente que el Hermano Juan en su vida ha dado especial importancia a la palabra de Dios que hemos escuchado en esta liturgia del décimo octavo domingo del Tiempo ordinario. De hecho, esta Palabra describe la vida misma del Hermano Juan: su búsqueda, su elección, su perseverancia, su tenacidad, su misión en todos los lugares donde la obediencia lo ha enviado. ¿Qué era lo que más le importaba al Hermano Juan? El Salmo nos ha dado la respuesta: El Hermano Juan estaba interesado en primer lugar en que Dios lo colmara todos los días con su amor. Su gozo se evidenciaba en el servir por amor, en el comunicar lo que el mismo Dios le había dado.
El Evangelio que hemos escuchado, puede ser en verdad, la historia del Hermano Juan: buscar con perseverancia lo que más quiere Dios de mí. No te limites al minimo; aunque ya hice un intento que me salió mal, tengo que hacer todo lo que pueda, Dios tiene que hacerme entender si me quiere o no como sacerdote suyo.
Le dijeron, cuando decidió regresar a casa del seminario, Juan, pero ¿y si luego te extravías?
? Es decir, ¿si al volver a casa la idea de Dios se vuelve más insignificante en tu vida, hasta que desaparece? La respuesta de Juan fue rápida: ¡entonces me quedo! No puedo sacrificar a Dios por mis deseos y planes. ¡Solo tengo que hacer lo que Dios quiere de mí!
¡Aquí está su santidad! Dios primero y nada ni nadie debe competir con ÉL.
El joven rico del Evangelio no fue capaz de este radicalismo del amor: por miedo a empobrecerse, dejó a Dios, dejó de escuchar una llamada que sin duda le habría colmado hasta la santidad. El Hermano Juan, por otro lado, dijo que sí, estoy aquí, me quedo contigo, ¡mi Señor! Y hoy, tan pronto como la Santa Sede nos dé el visto bueno, comenzará el proceso de su beatificación. ¡Qué gracia! ¡Qué regalo nos ha dado Dios en el Hermano Juan!
Normalmente todos somos capaces de aplaudir a los que han triunfado en la vida, lo han hecho bien, se han comprometido, pero en el camino de santidad propuesto por la iglesia no basta con reconocer que otros lo han hecho bien, han sido grandes, han alcanzado la perfección. La Iglesia nos invita a imitarlos, a seguir su ejemplo y el ejemplo del Hermano Juan para nosotros hoy; y a decir, junto con san Agustín: si lo ha logrado, ha hecho todo el bien que le reconocemos: ¿por qué yo no puedo hacer eso también?
Entonces nos preguntamos: ¿qué herencia espiritual nos dejó el Hermano Juan? Nosotros que lo conocimos, lo estimamos, lo amamos y ahora queremos venerarlo, ¿qué podemos aprender de él y como casi nuestra su herencia espiritual?
Me parece que podemos destacar tres compromisos:
1). Anteponer siempre la oracion. Anteponer la oración a cada acción que realizamos. Es un aspecto y valor que aparece en todos los testimonios que tenemos de él. ¡Era un hombre de oración! Uno de nuestros antiguos alumnos que lo conoció dio este testimonio: “He acompañado al Hermano Juan varias veces en sus visitas a las familias de los estudiantes. Al entrar en las casas se quitaba el sombrero, saludaba cortésmente y comenzaba a recitar con gran devoción un Ave María, una invocación al Sagrado Corazón y a San José; luego empezaba a hablar del Señor, de Nuestra Señora, de San José y de nuestra Obra de tal manera que grandes y pequeños colgaban de sus labios, entusiasmados y emocionados”. Aquí con nosotros hay algunos cohermanos que son fruto de su cuidado pastoral de oración y de estímulo en las cosas de Dios.
2) Su humildad y la alegría de vivir. Un amigo misionero le había hecho un elogio particular: "La cocina es el altar de tu Misa, las ollas son tus vasos sagrados: la Providencia está presente en todo" Estas palabras tenían la intención de consolarlo en sus fracasados intentos de convertirse en sacerdote y creaban armonía, serenidad, aceptación de la voluntad de Dios y de los Superiores que le habían dicho: tu serás el cocinero de la comunidad (y lo será durante dieciséis anos en Barza). Hay un testimonio luminoso del cardenal Ferdinando Antonelli, entonces secretario de la Congregación de los Santos: “Conocí al Hermano Juan hacia el mil novecientos cincuenta, con el Cardenal Micara, a quien prestaba servicios domésticos. Su actitud humilde pero digna me llamó la atención desde el principio, y pronto me di cuenta de que bajo una gran sencillez el Hermano Juan escondía una riqueza interior poco común. Era un religioso profundamente convencido y feliz de su elección, un hombre de fe y piedad; era humilde y paciente, tenía un gran espíritu de sacrificio; en particular tuvo el verdadero espíritu de Don Guanella, una caridad trabajadora, que no se pierde en palabras, sino que paga en persona"
3). Devoción a la Santísima Virgen María. Su breve testamento espiritual es íntegralmente mariano: “Te amo, oh María, y quiero hacerte amar a toda costa”. “Madre mía, mi confianza, cuídame, me abandono en ti, estoy seguro de ti”. Oh, Virgen Inmaculada: ¿cuándo, me libraré de este cuerpo de muerte e iré a verte al Cielo? " (1 novembre 1955).
Y en Lourdes, el año anterior a su muerte en el año mil novecientos setenta escribió: “Todo está en tus manos y yo he puesto a todos en tu corazón. ¿Será la última vez? ¿Cuándo te veré en el cielo?”.
En Monteggia, una aldea de Ispra, en el norte de Italia, aislada en el bosque, en los meses de mayo y octubre, frente a la capilla dedicada a la Virgen, que él construyó, rezaba el Santo Rosario con la gente. Lo llamaron el "coadjutor de Monteggia" que "hablaba mejor que un sacerdote", sobre todo cuando hablaba de la Virgen.
Termino con un hermoso recuerdo del Hermano Juan escrito por su hermano Antonio: "De todos mis Hermanos y hermanas, el más cercano a mi corazón es sin duda Juan, fue nuestro guía, ... Lo veo nuevamente enseñándonos las oraciones de la mañana y de la noche ... Su ejemplo de vida era fuerte, su testimonio era fervoroso y convencido ... Estaba atento y cercano a los jóvenes: siempre tenía en el bolsillo dulces que ofrecía a los niños, sabía hacer cosas sencillas trucos para entretener y llamar la atención; … en España, vagando entre las familias de los barrios humildes, bromeaba con alegría y compartía la mesa pobre ... Juan comunicaba con delicadeza y calidez, poseía una fe convencida, hablaba con firmeza, humildad y mucho respeto: naturalmente era un ejemplo vivo de amor cristiano”.
Dejemos que el Hermano Juan desde el cielo interceda por nosotros ante Dios para que realicemos su voluntad y nos conceda la fuerza para enriquecer al mundo con nuestro testimonio y buen ejemplo. ¡Saludos a todos!