" ...Con gratitudine conserva memoria di coloro che il Padre ha già chiamato nella sua Casa: alla divina misericordia affida la loro vita ed eleva suffragi..." (Cost. n.23)

Nato a Grumello del Monte (BG), il 6 febbraio1923
Entrato a Fara Novarese, il 21 gennaio 1935
Noviziato a Barza d’Ispra, dal 12 settembre 1940
Prima Professione a Barza d’Ispra, il 12 settembre 1942
Professione Perpetua a Cassago, il 12 settembre 1945
Sacerdote a Milano, il 22 maggio 1948
Morto a Coyhaique, il 5 ottobre 2016
Sepolto nella Cripta della Cattedrale di Coyhaique, Cile

 

El miércoles 5 de octubre de 2016 regresó a la Casa del Padre del Cielo nuestro querido Padre Francisco Belotti, pero no nos abandona. Porque amó tanto a esta región del Aysén y a su gente, se queda y sigue caminando con su pueblo. Nació el 6 de febrero de 1923 en Grumello del Monte (Bérgamo). Emitió la Primera Profesión el 12 de setiembre de 1942. Fue ordenado sacerdote por el Beato Cardenal Ildefonso Schuster, arzobispo de Milán, el 22 de mayo de 1948. Comenzó su misión en Chile, en Estación Colina, en el año 1949 hasta 1965. Luego fue a Puerto Cisnes y posteriormente estuvo en Batuco, Renca, Rancagua y Coyhaique; su última obediencia fue en esta Obra desde 1992. Sirvió a la Congregación como Consejero provincial, Delegado de Nación, superior y ecónomo. Tantos años transitando por estos caminos donde acaricia el viento patagónico, consolando y enseñando, regalando a manos llenas la misericordia de Dios, la Palabra y el Pan de Vida. Cuánto esmero y celo apostólico para que su gente tenga un hermoso Santuario dedicado a Jesús Nazareno. Todo un amor de Buen Pastor con estilo guanelliano que lo convertían en Buen Samaritano para con los niños, jóvenes y adultos; una gran entrega a la Iglesia en Coyhaique, dedicación exquisita a las Hermanas y guanellianos Cooperadores, fiel discípulo de don Guanella, con un fuerte sentido de pertenencia a la Congregación de los Siervos de la Caridad (Obra Don Guanella). Muchos años atrás, llegando de Italia como joven sacerdote a Santiago de Chile, se había encontrado con un santo sacerdote, el P. Alberto Hurtado: un comienzo tan auspicioso para su misión en América Latina, dedicándose a servir a los más pobres. Lo recordamos como el típico curita italiano que, habiendo dejado su tierra natal y su familia, entregaba toda su vida a Dios y a los hermanos en su patria por adopción, la nación chilena, incansable trabajador con espíritu de pobreza y sacrificio, con sencillez de corazón y generosidad, adaptándose a un nuevo idioma, clima, alimentación y cultura. Siguió los pasos de P. Antonio Ronchi, otro gran misionero de la Patagonia guanelliana, y como él, dio la vida por su pueblo hasta las últimas consecuencias, es decir hasta el último respiro. El buen Siervo de la Caridad, Padre Francisco, ahora es recibido por sus pobres, por sus amigos, sus cohermanos de Congregación, por toda una Familia guanelliana que ya dejó este suelo, y es llevado a la Patria Celestial. Y Jesús le dice: ven bendito de mi Padre, porque me diste de comer, me diste de beber, me enseñaste, me evangelizaste, e hiciste para conmigo todas las Obras de Misericordia. ¡Qué gran ejemplo de Pastor guanelliano para este año de la Misericordia! Es un regalo de Dios que hemos disfrutado, lo hemos tenido entre nosotros y seguiremos gozando de su presencia espiritual, como intercesor ante el Padre. Celebramos la Pascua del Padre Francisco y nos sentimos protegidos por su cariño paternal que no se acaba, sino que se intensifica y se hace presente misteriosamente todos nuestros días, porque recibe en premio la Vida eterna que ya tiene su germen en el peregrinar en esta tierra. Gracias Padre Francisco por tu valentía y coraje, tu sencillez y pobreza, tu corazón paterno y cercanía a los necesitados, tu testimonio hasta el fin. Te reciben los ángeles de Cielo y entras en el gozo de tu Señor. Gracias al Padre Obispo Luis, al Padre Ramón, a las Hermanas y Cooperadores, a todos los amigos y fieles que acompañaron al P. Francisco en sus días de enfermedad. Unidos todos por la oración y la caridad.

P. CARLOS BLANCHOUD